Había una vez un niño mimado hijo del hombre más rico de la región, a este niño le encantaba tener cosas, el que las usará o no no era importante, lo que le importaba era el tenerlas, ya que era un niño, lo que más reunia eran juguetes de toda clase, todos los que podia encontrar, poco a poco fué reuniendo una enorme colección de juguetes, tan grande que fue necesario construirle un gran lugar para almacenarlos.
Sin embargo el tener mucho no le hizó estar satisfecho y la sola idea de compartirlo le repungnaba, aún cuando su familia era querida en el pueblo, el era incapaz de jugar con ninguna persona pues si usaba sus juguetes no los compartia, y si usaba los de otros los queria y no descansaba hasta tenerlo ya sea pagando o robandolo, así creció y con él, su manía, al grado de dedicase a ello en cuerpo y alma, aún como adulto y manejando la empresa de su familia su prioridad eran los juguetes.
Un año en el que el clima había sido especialmente duro y la carestía invadía al pueblo surgió un juguete exclusivo, pero tan caro que por una vez, su familia se opuso, así que tomó el sueldo de sus empleados y lo compró. El resultado fue que varias familias murieron de hambre, rogaron y suplicaron por dinero o comida, pero el chico nunca se apiadó.
El pueblo entero, al saber que a pesar de la carestía, el chico les robó para comprar un vil juguete, se levantó en contra, y estuvieron a punto de lincharlo, sin embargo el hechicero del pueblo los detuvo, en su lugar mediante un conjuro muy poderoso le dieron un castigo ejemplar, sería exiliado a la tierra más inhóspita, al desierto más inerte, donde sólo lo acompañaran sus juguetes, ahí viviría todo el año y sólo podría salir en el aniversario de esas trágicas muertes, y recibir comida para todo el año sí, y sólo sí la gente se la donaba de corazón.
A partir de esa fecha cada Navidad el chico puede salir y viajar por el mundo regalando sus preciados juguetes con la esperanza de que los niños agradecidos le obsequien comida para no morir de hambre como aquellos a los que negó primero lo que les pertenecía y luego la más mínima caridad, esa es la maldición de Santa Claus
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